domingo, 26 de febrero de 2017

EL ENSAYO ESPAÑOL A PARTIR DE 1975: FERNANDO SAVATER

He resumido el artículo "Las etapas del pensamiento de Savater", de JUAN ANTONIO RIVERA, pues ofrece unas ideas muy interesantes sobre el libro que Marta Nogueroles dedicó a la trayectoria ensayística de Savater. Os ofrezco también un pase de diapositivas muy interesante sobre Ética para Amador:



"LAS TRES ETAPAS

Aunque con la tal vez comprensible consternación del interesado, Nogueroles se anima a diferenciar tres periodos o etapas en su pensamiento. Con estas distinciones ocurre siempre lo mismo: tienen su punto de arbitrariedad pero a la vez pueden ser útiles para introducir orden en un flujo continuo, de modo parecido a como se introduce orden en el espectro cromático continuo cuando empleamos designaciones discretas para los colores. De modo que, por mi parte, declaro que no tengo cosa mejor que hacer que seguir a Marta Nogueroles en su clasificación. Luego ya se verá su rendimiento. Las etapas que distingue la autora son éstas:
1ª etapa (1970-1980). Es «el periodo hipercrítico», el más iconoclasta y quebrantahuesos de Savater, en que con una alegre facundia arremete contra el escolasticismo académico (dentro del cual hay que incluir no sólo la escolástica propiamente dicha, sino también la filosofía analítica, naciente en España por esas fechas), para después, a partir de 1976, pasar por una fiebre acratona y antimarxista. Este periodo se inaugura con Nihilismo y acción (1970), «el único libro que de verdad he deseado escribir», según confesión del propio Savater, al que siguieron obras como La filosofía tachada (1972), La infancia recuperada (1976), una delicia de principio a fin, Apóstatas razonables (1976) o el incendiario Panfleto contra el Todo (1978).
2ª etapa (1981-1987). Savater abandona en esta fase su anarco-nihilismo juvenil para tomar una defensa decidida de la democracia, amenazada por el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Con seguridad, el ensayo central de este periodo, y el que lo abre, es La tarea del héroe (1981). Pero habría que mencionar también Invitación a la ética (1982) o Contra las patrias (1984).
3ª etapa (1988-2000). Se inaugura con la publicación, en 1988, de Ética como amor propio, donde emprende su toma de postura en favor de un humanismo ilustrado y cosmopolita, beligerante con los nacionalismos, la intolerancia religiosa y la xenofobia racista. Forman parte de este periodo Humanismo impenitente (1990), Ética para Amador (1991), su libro más vendido, Política para Amador (1992), Diccionario filosófico (1995) y Las preguntas de la vida (1999), por nombrar algunos títulos significativos. […]
Por lo demás, convendría no pasar por alto, cuando hablamos de Savater, su obra periodística, cuyo volumen supera con mucho a la de su producción ensayística, y en donde se encuentra, según reconoce el propio filósofo, lo mejor de cuanto ha escrito. En su libro, Nogueroles se arremanga y entresaca y comenta algunos de sus mejores artículos de prensa, que no son pocos. Menciona menos su obra novelística (si bien muestra un comprensible interés por El jardín de las dudas (1991)), hace esporádicos recordatorios de su labor como traductor y no recuerdo alusión alguna a sus incursiones en el teatro o en las crónicas de carreras de caballos, una de sus más simpáticas y logradas singularidades como escritor. […]

SAVATER CONTESTATARIO
En sus primeros pasos Savater practica con jocundidad una filosofía negativa, nihilista, atea, antisistema, antirracionalista y hasta anticientífica. Todo lo que hieda a método y orden se convierte en diana predilecta para los rehiletes chispeantes de un Savater que desborda más rebeldía que acrimonia. Nos encontramos ante un autor jovialmente pesimista, oscuro y algo pomposo en su retórica, desmelenado, con esporádicos ataques agudos y sumamente contagiosos de incontinencia verbal. […]
A partir de 1976 (en los aledaños de la muerte de Franco) y hasta 1980 se produce un marcado giro político (¿o sería mejor decir antipolítico?) en la obra de Savater, que deja de fustigar a los fósiles académicos y sus detritos en papel, y, como parte del clima de efervescencia general que se vive en este periodo, se incorpora con toda su artillería dialéctica al debate de las cuestiones políticas acuciantes que por entonces menudeaban; entre ellas, y de manera señalada, el referéndum del 6 de diciembre de 1978, en que se sometía a aprobación la nueva Constitución Española, y en el cual, dicho sea de paso, Savater tomó el camino de la abstención. […]
Es la suya una acracia deudora de los movimientos antiautoritarios del Mayo del 68 francés, más que del anarquismo clásico de Proudhon, Bakunin o Kropotkin. Las tintineantes proclamas libertarias de Savater por estas fechas se concretan en la abolición del Estado y del Capital, la eliminación del trabajo, la apertura de cárceles y manicomios y la superación de la contradicción entre individuo y sociedad. […]
Por desgracia, la respuesta de Savater al peligro del poder separado no es la liberal sino una reclamación, con claros resabios nietzscheanos, de que el individuo mantenga reunida su «fuerza», negándose en todo momento a delegarla (p. 168); algo que –involuntariamente, supongo suena a lo que diría un anarcocapitalista.

SAVATER Y LA TAREA DEL HÉROE
Savater pone fin a su periodo más acratón en la década de los ochenta, y, en concreto, a raíz del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. El 28 de octubre de este año Savater vota por primera vez en las elecciones generales, y lo hace a favor del PSOE de Felipe González (p. 183).
El pensamiento y el estilo de Savater se tornan menos alacremente combativos desde este momento, más ponderados y reflexivos, pierden un punto de esa jocundidad irreverente que hasta entonces los caracterizaban en favor de un mayor aplomo y enjundia intelectuales. Sí señor, Savater se convierte en un intelectual […] que reparte su tiempo entre la actividad docente y una profusa presencia en los medios de comunicación con objeto de defender la incipiente democracia española de algunos de los peligros que por entonces la acechaban.
Es también a comienzos de los 80 cuando la ética cobra un protagonismo decidido en la producción literaria de Savater, aunque su interés por esta materia provenía de tiempo atrás. Frutos de este realineamiento de intereses son La tarea del héroe (1981) e Invitación a la Ética (1982). Savater alcanza con ellas su primera madurez y, tal vez por esto, están escritas en un estilo más calmo que sus anteriores libros de combate; si bien el mensaje de fondo de ambos libros sigue yendo a contracorriente de las tendencias dominantes en filosofía moral de la época, en especial la ética kantiana del deber, reemplazada en su caso por una ética del querer, muy congenial con la de Nietzsche. […]
Savater hace una defensa desinhibida del amor propio como proyecto moral (lo que se ama es ese «llegar a ser lo que se es»), frente a la presión asfixiante y anuladora de la individualidad que ejercen, sin pedir permiso, ideologías colectivistas, como el nacionalismo o el marxismo, que buscan la ofrenda «desinteresada» de la fuerza individual a un proyecto colectivo, presentado ante los feligreses con toda pompa y circunstancia como superior y emancipatorio, cuando es tan sólo una máquina de succión de libertades individuales. Un individuo ha de reconocer la humanidad residente en otros individuos, y mostrarse solidario con ellos en alguna medida, pero no con planes colectivos megalómanos que le sisan su autonomía.

SAVATER COMO HUMANISTAS ILUSTRADO
Pesimismo y alegría
Según la autora de esta monografía, la tercera etapa de la filosofía savateriana abarca de 1988 a 2000 y está marcada por la reivindicación de un humanismo ilustrado (p. 261), en el que tienen cabida y forman coyunda (una extraña coyunda a simple vista) el pesimismo y la alegría.
Quién lo iba a decir, pero al bien humorado Savater le va la marcha pesimista, y algunos de sus autores favoritos (Voltaire, Schopenhauer, Cioran) son pesimistas recalcitrantes. El pesimismo de Savater descansa en la tranquila aceptación de que el hombre no es ángel ni demonio, de modo que algunos de nuestros más caros y entrañables ideales (libertad, justicia, felicidad) nunca van a verse realizados del todo. […]«Mi visión es muy sencilla: hemos nacido rodeados de males y vamos a morir rodeados de males. A lo más que podemos aspirar es a que los males del final no sean los mismos que los del principio». […]
La felicidad individual es un empeño impostergable y sería una estupidez sin nombre sacrificarla a la obtención de una felicidad colectiva plenaria y unánime. […]Con todo, Savater acaba encontrando demasiado solemne y enfático hablar de «felicidad» como fin último de la vida, y opta por un término más juguetón y menos pretencioso: la «alegría»

Individualismo, democracia y derechos humanos
El humanismo consiste ante todo en considerar que el hombre, y no alguna entidad inhumana o sobrehumana, es el inventor de valores (p. 313). A partir de la década de los noventa cobra un protagonismo creciente el tema de la educación en el pensamiento y la obra de Savater, y precisamente la educación tiene como uno de sus pilares centrales enseñar el humanismo al hombre, es decir, enseñarle a ser lo que es, pero que todavía desconoce. Nacemos siendo hombres, pero no nos enteramos de qué tipo de hombres somos hasta que resultamos educados (pp. 321 y ss.).[…]
Esa condición universal o transcultural proviene del reconocimiento de que todos los humanos somos miembros de la misma especie y que sólo por eso nos debemos unos a otros ciertos comedimientos y atenciones. Esta común pertenencia a la misma especie tiene más peso que cualquier particularismo diferenciador, cualquier rasgo por el que creamos que hemos de anteponer la lealtad a un subgrupo de la especie humana a los miramientos que nos intercambiamos como miembros de esa especie (el grupo más inclusivo políticamente relevante). De ahí el rechazo de Savater al nacionalismo o al fanatismo religioso.
Los derechos humanos están vinculados a la defensa del individualismo porque la cualidad más abstracta y universal de un ser humano es ser individuo, esto es, un elemento del género humano. Los derechos humanos despojan de manera sistemática a los hombres de sus características distintivas (sexo, color de piel, cultura, religión, etc.). Lo que se respeta en un ser humano cualquiera es el mínimo común denominador resultante de este despojo; lo que se ama en un ser humano concreto son, por el contrario, sus peculiaridades diferenciadoras. […]
La tolerancia es el respeto al otro, y en especial a lo que menos nos gusta del otro, siempre y cuando no haya agresión o daño.
De modo que la tolerancia no ha de confundirse con la indiferencia ante cuanto sucede a nuestro alrededor; menos aún con la indulgencia ante crímenes o desafueros (la tolerancia no se extiende a los intolerantes). Tampoco ha de asimilarse con cierto relativismo, según el cual hay pluralidad de opiniones y todas ellas son igualmente respetables y valen lo mismo puesto que no hay una vara de medir objetiva que permita establecer cuáles se hallan más próximas a la verdad y cuáles más alejadas de ella. Para Savater, los objetos (y sujetos) de respeto son las personas, no sus opiniones, que siempre es bueno estén sometidas al fuego graneado de la crítica, sin por ello poner en entredicho la dignidad de quienes las mantienen.
A lo que se opone decididamente Savater es a hablar de «derechos colectivos». Los titulares de derechos son siempre individuos, no colectivos […]Así, por ejemplo, no existen derechos de las lenguas: una persona tiene derecho a manejar su lengua materna, pero las lenguas no tienen derecho a reclutar hablantes forzosos que las perpetúen. Por lo mismo, tampoco existen los derechos de las naciones o de los pueblos. Y los derechos de las minorías a no ser a avasalladas por las mayorías son en realidad no otra cosa que los derechos de los miembros individuales de esas minorías a que se respeten y toleren sus costumbres, siempre y cuando no inflijan daño a nadie. […]
Aunque a Savater le ocupó y preocupó el tema del nacionalismo ya desde finales de los setenta, fue a finales de los ochenta cuando se convirtió en uno de los centros de su filosofía. Savater parte de posiciones de simpatía y complicidad con el nacionalismo (en especial el vasco), que se extienden hasta el prólogo a su libro de 1981 La tarea del héroe, pero siempre, esto sí, desmarcándose de la violencia terrorista. De hecho, Savater fue el primer intelectual español en manifestarse con claridad contra la violencia etarra, a mediados dE los ochenta, cuando esta violencia se encontraba en su aciago esplendor (p. 351). Ante las amenazas de ETA recibe escolta policial, y mientras tanto cambia su postura teórica acerca del nacionalismo, que pasa de ser complaciente (o cómplice) a francamente hostil. A Savater le costó desprenderse de sus afinidades primeras con el nacionalismo por su previa filiación libertaria, que le empujaba a ver con buenos ojos a las minorías nacionales oprimidas (o que se presentaban como tales); pero el abyecto espectáculo de la violencia desplegada por estas minorías, y el apoyo que recibían de amplios sectores del nacionalismo no violento, le ayudaron a desprenderse de las viscosas adherencias nacionalistas, que inicialmente manifestó, hasta convertirse en uno de los más pugnaces y desenvueltos paladines del antinacionalismo en España.



No hay comentarios:

Publicar un comentario